Marie Bashkirtseff, en el diván.




El psicólogo argentino Aníbal Ponce y Marie Bashkirtseff. Fotos de época, coloreadas. De fondo, el éxodo de Aníbal y los ojos de Clarita Ponce, desde la imaginación del ilustrador.


   

     El psicólogo Aníbal Ponce nos dejó escrito un concienzudo estudio sobre la personalidad de Marie Bashkirtseff. Fue publicado en 1938 bajo el título Diario íntimo de una adolescente.
 
    He podido saber que este talentoso argentino, muerto prematuramente en el apogeo de su carrera, poseía en su estudio de Buenos Aires un objeto de arte que es caro a mis intereses: un óleo original de Marie Bashkirtseff. 

    Ambas circunstancias, más precisamente esta última, que vino a despertarme el interés por conocer su actual paradero, me movieron a hurgar un poco en torno a su vida.

    Aníbal Ponce (1898-1938), uno de los precursores de la psicología en Argentina y en Latinoamérica, fue además un prolífico y refinado escritor y un hombre político comprometido que en 1937 debió autoexiliarse en México a causa, precisamente, de su militancia. En su juventud había incursionado también en el terreno de la filosofía. Una breve callecita de Buenos Aires en el barrio de Barracas hoy lo recuerda. 
    En el sitio de una universidad del Gran Buenos Aires aparece publicado un interesante artículo acerca de la evolución de sus ideas políticas. Destaca entre otras cosas, por lo que pude notar, un «descomunal trabajo» en los agitados años setenta del ensayista, político y periodista argentino Héctor Agosti, producto del cual parecen haber sido las Obras Completas de Aníbal Ponce, según el artículo. 

    Aún cuando mi interés por su figura es bastante tangencial, desde una mirada a vuelo de pájaro como la mía rápidamente me fue posible descubrir que las Obras Completas de Aníbal Ponce ya habían sido publicadas más de tres décadas antes (por El Ateneo primero y más tarde por editorial Matera) y fueron el fruto del abnegado trabajo de su hermana Clarita desde el momento mismo en que Ponce partió hacia el exilio. El propio Agosti se refiere a esa meticulosa y devota labor: «He tenido en mis manos los índices cuidadosamente preparados; he manejado centenares de artículos y notas bibliográficas copiados con su letra prolija». (Héctor Agosti. Aníbal Ponce. Memoria y Presencia. Ed.  Cartago, Buenos Aires, 1974).
   
    Héctor Agosti  (1911-1984, en la foto), que también sufrió persecución política y que fue discípulo de Ponce (así como éste lo había sido de José Ingenieros) efectuó, eso sí, allá por los años setenta una puntillosa y honesta revisión del trabajo de Clarita, cuyo resultado fueron las Obras completas de Aníbal Ponce - Revisadas y anotadas por Héctor P. Agosti (Ed. Cartago, Buenos Aires, 1974). «Recomponer sus Obras Completas fue el trabajo paciente de un lejano muchacho que así creyó pagar una deuda de gratitud», aclara Agosti (Op.Cit).




    Ahora bien, ¿y quién fue Clarita Ponce? Escuchémoslo de la boca del propio Agosti:
    «La mañana del 25 de enero de 1937, en la destartalada estación Retiro de un ferrocarril que por entonces se llamaba “de Buenos Aires al Pacífico”, Clarita Ponce abrazaba al hermano que, por  Chile, iniciaba el camino a su destierro mexicano. Fue un abrazo prolongado, estrecho, y los claros ojos de esa muchacha paradójicamente fuerte en su débil fragilidad se demoraron en los del viajero que partía para nunca más volver. Ella tenía un secreto. Nunca imaginó por cierto que no vería ya más al hermano a causa de un accidente estúpido y fatal, pero se sabía golpeada por un mal implacable y, aunque nada traslucía en su mirada serena, comenzaba ya a contar sus días, calculando sus fuerzas y administrándolas sabiamente. Los sollozos contenidos de la despedida fueron el anticipo de otra congoja más honda que un año después le sobrevendría al enterarse brutalmente, por los anuncios periodísticos, de la muerte de Aníbal. Y todo lo que ya comenzara a hacer desde la cálida mañana del adiós —esa ordenación de papeles y recortes que Ponce postergaba siempre para el día siguiente, esa compilación perseverante de todo cuanto el hermano publicaba en diarios y revistas— Clarita lo prosiguió después en una carrera angustiosa contra su propia muerte. Larra ha referido, en un artículo conmovedor, esos desvelos de Clara Ponce para ordenar las obras de Aníbal, para publicarlas rescatándolas del olvido. (…) Comprender por lo tanto a esta mujer exquisitamente femenina, capaz de sobreponerse a la destrucción de su carne y a los dolores inenarrables para alcanzarle al hermano la gloria que no obtuvo en vida, es penetrar uno de los capítulos más delicados y hondos de esta historia. (…) Entonces también, esa mañana del 25 de enero de 1937 alcanza las cúspides del recatado patetismo: de un lado, alguien que se iba para no volver; del otro, una muchacha de limpio rostro ansioso que conservaba para sí, con ejemplar estoicismo, el secreto no revelado de su propia muerte. Pocas veces el amor fraternal y la amistad sin fronteras alcanzaron a iluminarse con tamaña grandeza.» (Héctor P. Agosti. Op. Cit.)

    Clara Ponce, docente, nació en el pueblo bonaerense de Dolores el 20 de abril de 1900 y murió en la ciudad de Buenos Aires el 15 de noviembre de 1943. Sabemos que dominaba el francés, como cualquier argentino culto de aquellas épocas. No tenemos más datos, los estudiosos ya ni siquiera asocian su nombre con la obra a la que tan generosa y sacrificadamente dedicó sus últimos años de vida. 

    Una y otra vez me pregunto qué habrá sido de ese cuadro de Marie Bashkirseff que Aníbal Ponce poseía en su estudio de Buenos Aires y que me llevó a hurgar en la vida de estos dos seres excepcionales. ¿Se lo habrá llevado a su destierro mejicano? ¿Estará, por lo tanto, allá? ¿O habrá quedado en poder de Clarita, para quien se trataba de un bien que, en sus afectos, era tan preciado como para mí? Quién sabe. Me inclino por esto último y continúo entonces con mi búsqueda, que recién comienza.





    Durante la crisis de fines de los años veinte, las ideas políticas de Aníbal Ponce habían experimentado una insólita evolución: desde el liberalismo, que a principios del siglo XX había convertido a la Argentina en la sexta economía mundial —y había hecho del país el primero en el mundo en erradicar el analfabetismo—, al marxismo contestatario. Admirador en principio del estadista y ex presidente Domingo F. Sarmiento (en la foto, su estatua por Auguste Rodin), luego le reprochó las matanzas de las que habían sido víctimas los pobladores rurales en las guerras civiles y en la guerra contra el Paraguay. En su Facundo, que pocos han leído aunque muchos gustan comentar, Sarmiento traza la gran dicotomía de las ideas políticas en la Argentina: la civilización o la barbarie (para la época en que lo escribió no se trataba de una exageración). De esta obra hay una edición en francés prologada por Aníbal Ponce, lo cual nos da una imagen del compromiso de éste último con las ideas de su —por ese entonces— mentor. Sarmiento, que aspiraba a transformar a la Argentina en un país moderno, de corte europeo, consideraba que gauchos e indígenas eran refractarios al progreso. Por supuesto, nada justifica que se los haya arreado a los frentes de batalla. Sin embargo tal vez venga al caso rescatar aquí esto que reflexiona con aspereza la Wikipedia rusa en el capítulo dedicado a Ponce: «lo que hicieron los marxistas-leninistas (en Rusia) fue más cínico y más sangriento.» 


Aníbal Ponce.

    Eran, sin embargo y para justificar al psicólogo argentino, tiempos de hambre para las castas pobres, en una Buenos Aires atestada de inmigrantes europeos y emigrantes del interior del país, y la fina sensibilidad de Ponce no podrá sustraerse a esa realidad.


Ernesto de la Cárcova, Sin pan y sin trabajo, Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. 

    Para quienes lo padecían en carne propia se trataba de un fenómeno local —aún hoy en día hay quienes observan a la crisis Argentina de aquella época como un fenómeno local— pero eran los años de la Gran depresión que, con epicentro en Wall Street, se extendía por todos los rincones del mundo. Ponce, igual que muchos otros quedó desencantado de sus ideales sarmientinos y liberales. Se sumergió, entonces, de lleno en las nuevas ideas políticas que, desde Rusia y bajo las banderas del marxismo-leninismo, anunciaban el advenimiento de un hombre nuevo. No podía tolerar que en su país, granero del mundo, la gente padeciera hambre. Regresemos, sin embargo, a la Wikipedia rusa que, desde la reposada perspectiva del hecho ya pasado, acota: «en 1934 visitará la URSS, fue poco después del Holodomor, cuyas consecuencias el filósofo-comunista, por supuesto, "no notó".»



El Holodomor. Entre 1932 y 1933, un año antes de la visita de Ponce, durante el holocausto ucraniano que se ha dado en llamar Holodomor había muerto de hambre un número impreciso de personas, estimado entre un millón quinientas mil y diez millones, a causa del proceso de colectivización agraria forzada, ordenado por Stalin.



    En 1933, Aníbal Ponce dictó un curso en  Buenos Aires acerca de la personalidad de Marie Bashkirtseff, cuyo texto fue editado por primera vez durante su exilio en México en 1938, con el título de Diario íntimo de una adolescente.

Marie Bashkirtseff, adolescente.

    Ponce se revela allí como un profundo conocedor de la vida de Marie. Había leído todo lo que sobre ella se había publicado hasta el momento, incluso algunos textos cercenados del Diario en la edición original, publicados por Pierre Borel bajo el título Cahiers Intimes Inédits (Cuadernos íntimos inéditos) —Borel publicó otros volúmenes más que parecen no haber sido leídos por Ponce—, y el libro de Madeleine Zillhardt sobre Louise Breslau, que se había editado un año antes.

    «No pasará mucho tiempo, estoy seguro de ello, sin que las adolescentes lleguen a sentir como sentimientos absolutamente extraños buena parte de los que asoman, luchan y se desesperan en el Diario de María Bashkirtseff. Cuando ya nadie viva en el parasitismo ni en el ocio; cuando una organización social más justa que la nuestra imponga a todos desde temprano la responsabilidad de la labor social; cuando la necesidad y el hábito de las empresas planeadas en común excluyan definitivamente el individualismo egoísta con su cortejo de ambiciones mezquinas, ha de aparecer casi imposible a las adolescentes del futuro que en algún momento de la historia y en determinada clase social, pudiera ser la adolescencia una edad sin otro contenido que los antojos, las trivialidades y los caprichos.»

    Muchos de esos «cuandos» pronosticados por Ponce en 1933 parecen cada vez más alejados de la realidad en esta civilización técnica y consumista que mira sin ver, desde el home theater o la Nintendo, los padecimientos de la otra mitad del mundo, me refiero, por ejemplo, a África y a Medio Oriente. Habría que ver qué pensaría Ponce del brutal hedonismo que nos propone la sociedad de nuestro tiempo a aquellos que hoy tenemos la suerte de vivir en la serenidad de la opulencia.
    El que hemos transcripto es uno de los último párrafos de su libro sobre la personalidad de Marie Bashkirtseff, con lo cual nos podemos hacer una idea de la perspectiva desde la que lo escribió. No quita, sin embargo, que coincidamos con más de uno de sus anatemas —por no decir con todos—, aunque sin dejar de preguntarnos si la esencia de la adolescencia no será, en definitiva, la continuación de esa búsqueda de la alegría inútil que el Barjavel anarquista de El carro azul situaba en la niñez. 
    La obra, sin embargo, no puede ser reducida a un análisis tan simplista dada la estatura intelectual de quien la escribió. Pasaremos revista a algunos de los párrafos de este volumen de ciento sesenta páginas en el que Aníbal Ponce intentó darnos a entender de qué materia estaba hecha la personalidad de Marie.

   El Diario de Marie Bashkirtseff, publicado en 1887 y reeditado durante casi cien años —traducido además a muchísimas lenguas porque había resultado un best seller en tiempos en que Francia era el foco de la intelligentsia del mundo— fue en realidad una versión censurada, falseada y azucarada de un manuscrito original en el que su autora, sin embargo, no se callaba nada. Ponce, horrorizado, lo pudo comprender: «Lo que Louis Ratisbonne hizo con el Diario de Alfred de Vigny; lo que Fanny Mercier con el Diario de Amiel, André Theuriet lo repitió con el Diario de Marie Bashkirtseff. Se asustó de muchas páginas, se ruborizó de algunas otras y, en vez de respetar los propósitos terminantes de la autora —"yo digo todo, todo, todo"—, arrancó aquí un capítulo, salteó allá un cuaderno, escamoteó más de una carta (...) hasta que en 1925 empezaron a aparecer, dirigidos por Pierre Borel, los cuatro volúmenes actuales de los Cahiers Intimes (Cuadernos íntimos inéditos de Marie Bashkirtseff), con las páginas arrancadas por Theuriet del texto original.»


Los cuatro tomos de los Cahiers Intimes Inédits de Marie Bashkirtseff, recopilados por Pierre Borel.

    Lo que Ponce no sabía es que quien había tenido a cargo la «selección de textos» no había sido Theuriet sino la madre de Marie Bashkirtseff. Marie, como hemos dicho, no se callaba nada pero la familia tenía mucho que esconderle al mundo. Un tío borracho y escandaloso que vivía con ellos, un juicio por estafa referido a la fortuna que les había permitido salir de Rusia y que sólo se resolvió con el chantaje al juez, la mala relación entre madre e hija eran situaciones que habían pasado por la tijera de la censora. Theuriet sólo se había encargado de «darle forma» al texto: lo desfiguró con el almibarado estilo rosa de los años de la reina Victoria. Y el héroe Borel, según parece, fue un pícaro dedicado a publicar los párrafos más polémicos por lo que la gran masa del Diario permaneció inédito. En definitiva, los libritos de Borel cayeron en el olvido y sólo se siguió reeditando y traduciendo la versión Theuriet.




    Escojemos, como hemos dicho, algunos párrafos de este estudio sobre la personalidad de Marie Bashkirtseff, apenas los suficientes sólo para tener una idea de su contenido.

    Aníbal Ponce comienza trazando la diferencia entre Diario y Memoria: «Reconozcamos pues —dice—, la superioridad del "diario" en el sentido estricto —es decir, como anotación cotidiana de una vida que se va haciendo—, sobre las "memorias" escritas desde la altura de una vida ya hecha.» Sobre esta diferencia extiende la clasificación de la obra que ha de analizar: «si el diario íntimo en los adultos es casi siempre un alegato, el diario íntimo en la juventud es, ante todo, una confidencia.» Y ensaya un razonamiento en base al material —desafortunadamente un tanto incompleto, un tanto erróneo, ahora lo sabemos— de que dispone para un exhaustivo y —nobleza obliga— honesto análisis: «No fue, sin duda, ni la cerebral que el Diario difundió primero ni la coqueta un poco atolondrada que los "cuadernos" revelaron luego.»

William Alexander Louis Stephen Douglas-Hamilton, 12° duque de Hamilton. Caricatura de la época aparecida en Vanity Fair (Wikimedia Commons) 

    En las primeras páginas de su Diario vemos a Marie Bashkirtseff llorar ante el sonido de un píano y el repentino recuerdo de su abuela muerta. Ponce nos alerta inmediatamente acerca del verdadero origen de esas lágrimas: ¡es el duque de Hamilton!, el noble escocés con figura de carnicero que concurría a casa de su amante, vecina de los Bashkirtseff en Niza. «Sensiblera mucho más que sensible, esta chica, al llorar, se está mirando de reojo, y como encuentra en el llanto el alivio a la asfixia con que la emoción la ahogaba, podemos presumir ya, anticipándonos a lo que ella misma nos dirá después, que ha descubierto en las lágrimas una fuente de dicha:»

«Las lágrimas en pequeña cantidad me hermosean bastante» (Miércoles 9 de agosto de 1876)

   
    A través de la pluma de Ponce la psicología se nos revela como una fuente de sorpresas: no todo parece ser lo que parece. Detrás de ese primer gran amor de niña-adolescente, un amor ocular que transcurría con la protagonista asomándose detrás de los visillos de su casa de Niza, afloraba la verdadera Marie Bashkirtseff: «...esta muchacha que a los doce años vivía con su imaginación las aventuras, las alegrías y las desdichas de un amor platónico, no ha elegido porque sí al duque de Hamilton como figura central de su romance. Sueña con la celebridad, bajo la forma sin duda alguna más elemental: la de ser admirada, agasajada, conocida por todos.» (En la imagen, el duque de Hamilton joven, por Franz Xaver Winterhalter, detalle)

    Mal que nos pese debemos aclarar aquí que el daño colateral de la tijera y el crayón rojo de madame Bashkirtseff tuvieron en el psicólogo argentino una víctima que lamentar: Ponce nunca supo que nuestra heroína siempre ha sido dos años mayor de lo que él pensaba... ¡hasta en el mármol del mausoleo aparece falseado el año de su nacimiento! ¿A título de qué? Bueno, se buscaba impregnar la imagen de la joven artista con un halo de precocidad... y también ocultar el hecho de que sus padres se habían casado "de apuro". 

«—¿Sabes? —me dijo—, acaban de decir que tú has nacido sietemesina pero eso no es cierto. 
—Pero sí —le respondí—, porque ayer mismo tú me has mostrado esos papeles, en los cuales queda claro que yo nací siete meses después de que ustedes se casaran. 
—Sí —retomó con aire de entendido—,  pero eso no significa que tú no seas perfectamente de nueve meses. Si te dicen otra cosa, no lo creas. 
Sólo lo comprendí tres horas después y entonces me quise morir…» (Domingo 29 de diciembre de 1878)

Mausoleo de Marie Bashkirtseff con la fecha de nacimiento falseada. Marie había nacido en 1858.

    Para el trabajo de Ponce, en lo que se refiere a los primeros años del análisis de la personalidad de una adolescente, ese desfase resulta un problema bastante espinoso. «El clima cálido de Niza dio a María Bashkirtseff una pubertad precoz. Esta chica rusa, que en el clima frío de su tierra hubiese alcanzado la nubilidad recién a los dieciséis o diecisiete años, logró en breve tiempo un desarrollo que la colmaba de pueril orgullo.» En realidad Marie no tenía doce sino catorce años cuando principiaba el Diario con el foco puesto en el duque de Hamilton.

    No se equivocaba, sin embargo, en cuanto a la esencia de nuestra heroína: prevalecer y ninguna otra cosa era el centro de sus ambiciones y lo habrá de ser a lo largo de toda su existencia. 

«Sólo hay verdadera ansiedad y verdadera felicidad en las cosas de la gloria…» (Domingo 23 de abril de 1882)

    Si de grande aspirará a la gloria artística para sobrevivir a una muerte que sabía prematura e irreversible, de adolescente soñaba con ser el centro de todo, tal como lo había hecho desde la infancia en un hogar en el que fue consentida en extremo. «Tiranizando a los que la rodeaban, los había plegado de tal modo a sus antojos, que no había en la casa otra voluntad que la suya. ¿Indicio éste de una personalidad vigorosa o signo, por el contrario, de una personalidad insegura?» Ponce irá respondiendo a ésta como a otras preguntas a través de un estilo límpido y accesible para el lector común.

Marie Bashkirtseff niña.

    «Para luchar, para preparar los ataques o repeler las agresiones, el individuo se encuentra en mejor forma cuanto más favorable opinión tenga de sí mismo», dice Ponce, y a Marie Bashkirtseff no había necesidad de recordárselo. Se inventará para sí y para los lectores un rostro hermoso y dirá que sus senos, que más de una vez describirá con deleite, son los de una estatua: «...y como estatua aspiró a mostrarse a los ojos de todos. Desnuda andaba por su pieza, sin preocuparse mucho por las ventanas...»

«Ayer tuvimos un disgusto en el hotel. Hubo quejas de que nos acostábamos tarde, de que yo cantaba hasta muy avanzada la noche y, en fin, ¡horror!, de que nos vieron desvestidas más de una vez.» (Miércoles 3 de junio de 1874)

    Cuando las páginas de sociales del periódico le aportaron la devastadora noticia del casamiento de Hamilton y el sueño de ser duquesa se le diluyó para siempre, habrá de poner sus expectativas en una carrera como cantante de ópera para alcanzar la celebridad —materia prima no le faltaba, tal como hemos visto en el post anterior«que la levantara hasta los ojos de esos hombres poderosos entre los cuales esperaba que alguno la eligiera como esposa.»

    Más tarde Marie Bashkirtseff se habrá de interesar por Emile d'Audiffret, el joven más codiciado de Niza, y por Pietro Antonelli y Alessandro de Larderel, en Italia. «Carne de mujer había, pues, bajo el mármol de la "estatua"», escribirá Ponce y, cuando Marie deplore las maneras voluptuosas de su prima Dina frente a algún pretendiente habrá de agregar: «La pobre Dina no escribía ningún Diario; pero, de haberlo hecho, quizás hubiésemos encontrado en el suyo algún reproche semejante con respecto a Marie Bashkirtseff...»
    Su padre (foto), enfermo, se estaba arruinando en Rusia. Los progenitores de Marie Bashkirtseff se habían separado un par de años después de su nacimiento. Marie habrá de intentar reconciliarlos en más de una oportunidad, objetivo que al fin verá cumplido. ¿Había brotado en la cerebral muchacha algún sentimiento familiar?, ¿buscaba, tal vez, la felicidad de sus mayores? Nos lo aclara Ponce: «...nada de cariño, de simpatía ni de amor. Ambición y nada más que ambición. En un determinado momento de su vida, Marie Bashkirtseff necesita de su padre. Y para hacerlo servir a sus proyectos se propone conquistarlo de cualquier manera; por la bondad, si le conviene; por la fuerza, si es necesario.» 

    Sin embargo, a pesar del sustento que significaba la imagen de una familia unida, el marido distinguido nunca hizo su aparición. «María Bashkirtseff empezaba a admitir como conclusión evidente que todo lo debía realizar por ella misma. Falta muy poco ya para que empiece su vida heroica, su áspera vida de valor y de esfuerzo, tan distinta de todo lo que hasta ahora le hemos visto», nos adelanta Ponce. 

    Paralelamente el psicólogo analiza su costado intelectual. Marie Bashkirtseff no había asistido a los clases habituales de la enseñanza regular: de pequeña toda su instrucción estuvo a cargo de sus institutrices. Cuando llegó a Niza decidió seguir los cursos del Liceo, la enseñanza media en Francia, con profesores particulares y según un plan de estudios que ella misma trazó. Lamentablemente los constantes viajes le impidieron profundizar demasiado en el asunto. Tenía, eso sí, una gran base de conocimientos producto de la lectura, aunque Ponce habrá de esclarecernos sobre el particular: «lectora fue sin duda alguna y al final, casi con fiebre. Pero lectora sin sistema, sin método, guiándose nada más que por impulsos.» Como sea, sus admiradores nos hemos deslumbrado por los destellos de intelectualidad que, aquí y allá, ornamentan las páginas de su Diario. 

«Kant pretende que las cosas solo existen en la imaginación, eso es ir demasiado lejos [...] Vean: todo ese andamiaje filosófico es admirable pero una simple mujer como yo puede demostrar su falsedad… ¿Las cosas sólo tienen realidad en nuestro espíritu?, bueno, pero yo les digo que el objeto golpea la vista o el sonido, el oído y que todas esas… pongamos, ¡cosas!, determinan una sensación que está de acuerdo con ellas… De otra manera nada tendría necesidad de existir, inventaríamos todo. Si en el mundo nada existe, ¿dónde existe algo?» (Miércoles 4 de setiembre de 1878)

    Ponce, sin embargo, se pregunta si había en esta muchacha una pasión verdadera por el mundo de las ideas o si apenas eran chispazos intermitentes de ligereza intelectual. «Las únicas referencias a Jouffroy y a Kant que se encuentran en el Diario, y sobre las cuales sus fanáticos hicieron tanta bulla, son en realidad pueriles y triviales.» Y concluye así este capítulo: «Pensativa, sí, y muchas veces; pensadora no. Pero si no saboreó los goces superiores de la inteligencia, la lucha dramática de las ideas y de las doctrinas, poseyó en grado superior esa aguda intuición de las realidades inmediatas, ese instinto seguro de lo que puede servir o contrariar a algún proyecto, esa infalible orientación que hace de una muchacha de diecisiete años una mentalidad mucho más segura de sí misma que la de un muchacho de veintitrés.» De más está decir que deberíamos trocar diecisiete por diecinueve, pero aquí estos dos años no hacen la diferencia.

    Frustrado el matrimonio con Pietruccio Antonelli, que la podría haber llevado a convertirse en la sobrina de quien se anunciaba como el próximo Papa, los sueños de grandeza de Marie no se truncaron. Ya la celebridad que le podría haber aportado el mundo de la ópera estaba en vías de diluirse por completo, no por falta de capacidad o de talento, sino por las reiteradas ausencias de su voz: la tisis comenzaba a hacer estragos en su organismo. Arrojará sobre la mesa, entonces, otro de los ases de las prodigiosas barajas que le habían tocado en suerte. «Para una ambiciosa apresurada como ella, más golosa de aplausos que de triunfos, el canto le prometía saborear el éxito en lo que tiene quizás de más sensual: la impresión de tener a los pies un auditorio absorto (...) La pintura [en cambio] le prometía el éxito perdurable y la tentaba así mucho más que por los goces propios del arte, por ese otro dilatado panorama que alcanzaría a divisar si conseguía por su intermedio los éxitos que deseaba.»


Marie Bashkirtseff, de espalda, pincel en mano.
 
     Ya en otra entrada hemos descripto el esplendoroso ingreso, con pieles, perro y negrito, de Marie Bashkirtseff en la Academia Julian. «Pero pasado el primer momento de estupor —seguido muy pronto de una simpatía entre protectora y burlona— sus flamantes compañeras le impusieron el ritmo de su seriedad y de su trabajo.» Para ella, que nunca había conocido ni conocerá jamás las obligaciones de la vida laboral, el rigor de concurrir todos los días de ocho a doce y de una a cinco venía a representar en su consciencia esa función ignota que aquellos que debían ganarse el pan día a día llamaban trabajo. «La disciplina que se había impuesto contrastaba de tal modo su anterior educación que la voluntad se le rompía y las resoluciones más firmes se le venían abajo.»  Como sea, durante los próximos cuatro o cinco años nuestra protagonista se hará, mal que mal, a la rutina del atelier. 
    Habrá en el libro, por supuesto, más de algún párrafo dedicado a Breslau (foto), el cuco de Bashkirseff en el atelier de mujeres. «Menos inteligente quizás, menos brillante sin duda alguna, Luisa Breslau tenía sobre María Bashkirtseff la superioridad innegable de un puro amor por el arte.» Queremos imaginar que el carácter de brillantez al que remite Ponce está referido más a la multifacetidad de Marie que al mero aspecto pictórico, para el que Breslau ha dispuesto de cuatro décadas más que su rival y dejó sobradas muestras de un talento igual o acaso superior. Louise Breslau había muerto siete años antes de que Ponce escribiera este libro y Madeleine Zillhardt acababa de publicar el suyo, sobre su compañera de cuarenta años, Louise Catherine Breslau et ses Amis. No se equivoca Aníbal Ponce, sin embargo, en cuanto a la perspectiva de la suiza sobre algunos curiosos aspectos del carácter de Bashkirtseff. «Educada en un convento sobre el lago Constanza, había recibido la rígida educación religiosa que la impregnó para siempre, y que no la predispuso para acoger con simpatía a esta extraña muchacha rusa que no disimulaba su paganismo bajo los exteriores de la ortodoxia, y que la escandalizaba más de una vez con sus desconcertantes teorías y prácticas sobre el pudor.»

   
«Las suizotas encuentran que hasta la cintura soy absolutamente perfecta.» (Viernes 3 de mayo de 1878) Esto escribía Marie Bashkirtseff luego de desnudarse completamente frente a Breslau y a su amiga y camarada Sophie Schaeppi.

    A poco de haber comenzado sus estudios en la Academia Julian, Marie conoce al diputado y periodista Paul de Cassagnac. Destacado polemista, orador electrizante en la Cámara de Diputados —en la que lideraba a la facción bonapartista—, director del diario partidario y, por si fuera poco, consumado duelista, portaba sobre sí un halo de seducción que lo había convertido en un casanova sin par, ya lo hemos visto en el correspondiente post. Marie Bashkirtseff también hubo de caer rendida a ese influjo, por más que el hombre no haya hecho nada para que ello ocurriese. Aunque sí, mas tarde, se jactará burlonamente de la atolondrada desesperación de nuestra heroína. Paul de Cassagnac, víctima de la tijera de madame Bashkirtseff y, por ende, inexistente durante cien años para los lectores del Diario, fue, como dice Ponce, el protagonista de un acontecimiento extraordinario en la vida de Marie. «Tan extraordinario que si no conociéramos este capítulo de la vida sentimental de María Bashkirtseff —como le ocurrió a los lectores del Journal— no sólo no comprenderíamos el vuelco inexplicable en las ideas, sino tampoco su súbito y ardoroso amor por el trabajo.»



Paul de Cassagnac, periodista, hombre político, duelista y afortunado donjuán.

    En efecto, a aquella que había sido fervorosa bonapartista —nos ha dejado en su Diario jugosos frescos de las sesiones de la Cámara de Diputados— de pronto la vemos levantar las banderas del bando contrario, convencida conversa al republicanismo. «Puesto que Cassagnac, bonapartista, la había abandonado —explica Ponce—, la mejor forma de vengarse sería confesando su amor por la República [...] En un muchacho de su edad, un cambio de frente tan rotundo se hubiese acompañado de una crisis mental bien dolorosa: la crisis de Renán o de Jouffroy, la crisis de Engels o de Taine.» ¡Si sabrá del tema Aníbal Ponce!

    En cuanto a su pasión por la pintura, tal como ya hemos visto, en sus primeras épocas en el atelier de mujeres a Marie le costaba mucho adaptarse al ritmo y mantener una constancia de trabajo tan distinta a la vida de ocio y de libertad que había llevado hasta ese momento. Luego del casamiento de Cassagnac el orgullo herido habrá de ser para ella la espuela que, clavada en los ijares de su vanidad maltrecha, la obligará a continuar avante en su carrera de pintora. Necesitará más que nunca llegar a la celebridad para un día poder restregársela sobre el rostro al hombre amado que la desdeñó. A partir de ese momento Marie Bashkirtseff se olvidará del mundo y vivirá sólo para sus telas, sus pinceles y la arcilla de sus esculturas. El maestro Julian ha sido, a lo largo de su vida, tal vez su único confidente, con él hablaba de las cuitas que le provocaban aquel a quien ya había comenzado a llamar El difunto.

«Julian vino a decirme lo que apenas mencioné aquí y es que sólo el trabajo me dará la celebridad y que entonces Cassagnac, casi viejo, derrotado en la política, cansado de su mujer y de su hijo, se encontrará frente a un pequeño astro brillante… y en ese momento yo podré hacer lo que quiera. Le confesé francamente que era ese mi objetivo… En fin, incluso sin eso, es preciso llegar, es preciso llegar, es preciso llegar… » (Sábado 5 de noviembre de 1881)

    «La última línea —nos advierte Ponce—, "en fin, incluso sin eso", indica que después de algunos años de trabajo con la esperanza de reconquistar a Cassagnac, María Bashkirtseff empezaba a comprender que había encontrado en la pintura un goce nuevo.»

    La dúctil, conmovedora y precisa pluma de Aníbal Ponce —considerado uno de los más grandes prosistas de su tiempo— nos brinda en este punto un vibrante relato de la evolución de Marie Bashkirtseff, desde aquella muchacha para quien la pintura no pasaba de ser más que un simple instrumento a la mujer que descubre en el arte la vocación de su vida y que estará dispuesta a consumir en sus llamas su salud y su propia existencia.

«Madame Nachet me trajo un bouquet de violetas. La recibo como a todo el mundo porque, a pesar de la fiebre que no me da descanso desde hace quince días y de una congestión pulmonar del lado izquierdo y de dos vesicatorios que me muerden las carnes, yo no capitulo.» (Martes 29 de noviembre de 1881)

    Y sentencia Ponce: «Yo no capitulo: palabras de una sencillez heroica que el luchador más varonil se las envidiaría desde el alma.»

    Pasa Ponce rápidamente a otros temas. Marie Bashkirtseff no tenía en buenos ojos a la Iglesia aunque se ha revelado como una fervorosa creyente a lo largo de casi todo su Diario.

«Fui a la iglesia. Raramente rezo allí porque, como dicen, es allí donde el diablo va a distraer a la gente honesta.» (Domingo 14 de febrero de 1875)

    Condenada, y a sabiendas, como estaba a una vida breve, frente a la muerte reaccionará ignorando la enfermedad y trabajando con más ahínco en pos de una gloria artística que le asegure la inmortalidad. Educada en la fe ortodoxa, durante muchos de los primeros años de su Diario casi no pasará día sin que aparezca la palabra Dios, ese Dios a quien le rezaba sistemáticamente todas las noches, antes de dormir. Sin embargo, en algún momento llega a la conclusión de que Dios no la escucha y comienza a considerarlo como a una entidad imprecisa con la que no es posible entablar comunicación.

«Sin duda, hay un Dios, un… No, Dios es la naturaleza, es el universo, pero no es un Ser supremo que vela por nosotros, que nos escucha…» (Martes 13 de agosto de 1878)

    Rotornará, sin embargo, al redil de la fe una y otra vez. Aunque, como una ironía del destino, fue precisamente en las catacumbas de Kiev —cuando los Bashkirtseff donaban una fortuna para hacer rezar misas con la esperanza de que un milagro restableciera su salud— que Marie sintió por primera vez un dolor en el costado izquierdo anunciándole que también ese pulmón estaba afectado.

«Un vesicatorio significa una mancha amarilla por un año. Será necesario encontrar una mata de flores para ocultar eso durante las veladas, sobre la clavícula derecha. Esperaré todavía ocho días, si la complicación persiste tal vez me decidiré a esta infamia. Dios es malo.» (Martes 26 de diciembre de 1882 )

    Y dilucida Ponce: «Dios es malo. ¿Tristeza  de creyente que reniega de su Dios? Nada de eso. Simple queja contra el destino, el azar, la mala racha. Simple queja para aliviar el alma demasiado tensa, como un suspiro o como un sollozo. Porque esta chica valiente no cree en Dios. [...] Creía en Dios cuando todo lo esperaba de voluntades ajenas a la suya [...] Su incredulidad, más que desencanto, era comprensión certera de los elementos que van tejiendo nuestra vida: los que están al alcance de nuestra voluntad y podemos en gran parte corregir; los que están más allá de nuestras fuerzas, y contra los cuales sería una necedad indignarse o desafiarlos.»

    Durante el último año de su vida, cuando el tiempo se le repartía entre su caballete y el lecho de enferma, la amistad con Jules Bastien-Lepage, su pintor más admirado, se estrecha más y más. Hay quienes han visto un romance en esta relación, tal vez sería más apropiado decir que Jules ha sido el último hombre que encarnó en Marie la esperanza de ese amor que en su vida nunca se hizo concreto. Jules Bastien-Lepage yacía postrado en cama, también agonizaba víctima de un cáncer de estómago que se lo estaba llevando desde hacía un año. Marie Bashkirtseff, que apenas podía vestirse de tan débil que ya estaba, se yergue una y otra vez para visitar a "su niño enfermo". Entonces apunta un emocionado Aníbal Ponce: «a partir de ese instante, las últimas páginas del Diario se iluminan con resplandor de crepúsculo. Hasta ese momento María Bashkirtseff sólo había conocido la ambición: desde aquella visita, conoce la bondad.»

Jules Bastien-Lepage (1848-1884) el pintor a quien Marie Bashkirtseff más admiró.




    Sólo para que el lector tuviese una idea acerca de qué trata este libro, Diario íntimo de una adolescente, no hemos rescatado más que algunos párrafos aquí y allá de este meduloso trabajo sobre la personalidad de Marie Bashkirtseff. Anibal Ponce lo escribió en 1933 y no fue editado sino hasta 1938 por Publicaciones de la Universidad Michoacana, Morella, Méjico. Seguramente muchos de sus basamentos habrán perdido vigencia, tal como ha ocurrido siempre y como habrá de ocurrir con cada una de las cosas que hemos hecho, con las que hacemos y con las que habremos de hacer.

    Un año más tarde, en 1939, la obra fue publicada en Argentina y en esa edición aparece la fotografía del cuadro pintado por Marie Bashkirtseff que Ponce tenía en su estudio de Buenos Aires. Sabemos que el psicólogo argentino viajó tres veces a Francia, en 1927, en 1929 y en 1935. Durante el segundo de los viajes visitó Niza y conjeturamos que fue en ese momento cuando adquirió el cuadro. 
    En otro libro, Apuntes de Viaje, publicado en 1927, menciona su visita al mausoleo de Marie. «Yo tenía una deuda que cumplir sobre la tumba de Marie Bashkirtseff», escribe y relata que compró para ella las mejores violetas. La deuda, sin dudas, era para con su hermana. En la primera página de su Diario íntimo de una adolescente podemos leer esta dedicatoria: «A mi hermana Clarita». Clarita Ponce, que por aquel entonces tenía veintisiete años, como muchas mujeres jóvenes de la época en una Buenos Aires que se miraba en el espejo de París, llevaba a Marie Bashkirtseff en su corazón.

    Ya hemos descrito la evolución de las ideas políticas de Aníbal Ponce. En 1937, en el marco de una dictadura de carácter fascista, había perdido todas sus horas-cátedra, ya no le era posible trabajar en Argentina y debe partir hacia el exilio en México. Morirá un año más tarde, a causa de un anodino accidente de tránsito en el que padeció heridas internas que no fueron detectadas a tiempo.
    



    Hagamos un paréntesis para regresar al cuadro de Marie Bashkirtseff que Aníbal Ponce tenía en su biblioteca. ¿Cuál habrá sido su destino? Hasta ahora no tenemos ningún indicio cierto. Pero queremos suponer que, cuando se exilió en México, el cuadro permaneció en poder de Clarita en Buenos Aires. Aníbal Ponce pudo llevarse muy pocas cosas consigo en el viaje en tren de mil quinientos kilómetros desde Buenos Aires hasta Valparaíso, Chile, y luego en barco hasta México. Su primer apartamento en ciudad de México era de una austeridad proletaria, él mismo lo describe en cartas a su hermana. El libro en el que aparece la imagen del cuadro fue impreso en 1939 e integra las Obras Completas que Clarita estaba publicando en Buenos Aires.

    ¿Qué habrá sucedido luego de la muerte de Clarita? Sabemos que la sobrevivió el hermano mayor, Lidoro Ponce (1894-…), odontólogo de talento, precursor de los sistemas de identificación dentaria que en Argentina, su país, no recibieron mayor estímulo pero fueron retomados después y aplicados por técnicos del ejército francés, según refiere Héctor Agosti (Op.Cit.)




    En cuanto a Clarita Ponce, esta abnegada hermana del célebre escritor permaneció en Argentina. No sabemos mucho de ella, apenas que era maestra, que tenía ojos claros y que ya padecía de una enfermedad incurable pero dedicará todas sus energías hasta sus últimos momentos en la recopilación y ordenamiento de los innumerables trabajos de Aníbal. La edición de sus Obras completas se publicará a partir de 1939.
    Igual que Marie, emprendió una carrera contra su propia muerte en pos de la gloria, pero no la suya propia sino la de su hermano. Estamos seguros de que en esos últimos años, cuando la enfermedad recrudecía, ha sentido junto a sí el recuerdo y el ejemplo de su admirada Marie.

    Clara Ponce, esa admirable mujer que tampoco capituló, murió el 15 de noviembre de 1943. Ya nadie la recuerda, ni siquiera se asocia su nombre con las Obras completas de su hermano.
    Valgan, entonces, estas líneas para rescatarte del olvido, Clarita, y rendirte el homenaje que por demás te mereces. 

    Así como Marie Bashkirteff pudo migrar del bonapartismo al bando republicano, Ponce pasó del liberalismo al marxismo más convencido. Que no nos extrañe entonces que, en plena vigencia de sus nuevas ideas, haya quitado el foco del proletariado para centrarse en una aristócrata de moda. Se puede criticar el contenido de su libro sobre la personalidad de Marie Bashkirtseff —no estamos en condiciones de hacerlo—, pero nadie podrá poner en duda la admiración que le profesó. Allí, en ese cuadro que engalanaba su biblioteca tenemos la prueba irrefutable. ⬜


Fotografía en blanco y negro de una obra de Marie Basahkirtseff que Aníbal Ponce tenía en su estudio. Existe la duda acerca de si se trata de un dibujo o de una pintura. Nos inclinamos por esto último visto el término «óleo» que aparece publicado en el epígrafe de este libro, cuya edición estuvo a cargo de Clarita Ponce. Ella no hubiese dejado pasar un error en ese sentido.



© José H. Mito
Texto e ilustración de portada.









Marie Bashkirtseff Dixit: «No quiero estar entre los grandes. Quiero estar por sobre los grandes.» (Sábado 1° de abril de 1876)





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