Paul de Cassagnac, rompe corazones.




Virginia de Castiglione y Marie Bashkirtseff. En medio, Paul de Cassagnac. Composición con fotos de la época, coloreadas.


    Hoy vamos a regresar sobre la condesa de Castiglione, de quien ya hemos hablado en el capítulo que le dedicamos al barón de Saint-Amand

   

    Considerada la mujer más hermosa de Europa, fue amante del emperador Napoleón III en tanto cumplía una misión al servicio del rey de Piamonte-Cerdeña, Victor Manuel II. Éste buscaba extender su trono a toda Italia, objetivo que pocos años más tarde habrá de alcanzar. Aquello ocurría en 1855 y Virginia de Castiglione tenía diecinueve años.


    A través de sus diarios íntimos y de las miles de cartas que escribió —solía exigir que le devolviesen su correspondencia finalizada la relación— se ha revelado en ella una mujer de una inteligencia excepcional, dotada además de una inusitada vocación por la política a quien, sin embargo, le estuvo vedada una carrera en ese ámbito precisamente por su condición de mujer. 

   

        Jugó durante su vida, sin embargo, dos roles de importancia histórica: aquella que hemos mencionado en beneficio de una Italia unificada —era los ojos y los oídos de Victor Manuel II en la corte imperial— y, quince años más tarde —derrotada Francia y prisionero el emperador—, en el tratado de paz entre Alemania y Francia cuando acercó a la mesa de diálogo a dos de sus amigos: Adolphe Thiers, hombre fuerte francés y Otto von Bismarck, canciller alemán, ambos en las imágenes que ilustran este párrafo.

   
    Femme fatale de su siglo desde el momento en que pisó la corte imperial, habrá de tener luego una infinidad de amantes —secretos y no tanto— a la mayoría de quienes les ha tratado con un desdén soberano. Es paradigmático el caso del barón de Saint-Amand, a quien vemos incapaz de la mínima resistencia ante la despótica arrogancia de la florentina. 

   
    Alejada de la corte, así fueron pasando sus años, entre viajes y amantes. En 1873 Virginia tiene treinta y siete. Paul de Cassagnac (1842-1904), cinco años menor —hijo de un viejo bonapartista que había estado junto a Luis Napoleón en el golpe de Estado que convirtió a este último en Napoleón III—, bonapartista él mismo, era redactor en jefe del diario partidario Le Pays (el país).

    Virginia desea conocerlo y cuando esto sucede, ¡oh, sorpresa!, la vemos caer enamorada a sus pies. Por primera vez en su vida, la Castiglione vio invertidos los roles en el arte del amor. Será ella la que ruegue, la que reclame tímidamente un encuentro, la que se disculpe y la que vea reflorecer en sí misma unos brotes de juventud que ya creía para siempre mustios. La relación perduró un año y medio y sólo se interrumpió a causa de un incidente con el hijo de dieciocho años de la condesa. Cassagnac fue, ahora lo sabemos, el último y tal vez el único y verdadero amor de la distante e inaccesible condesa de Castiglione. (*)



   
    Hace ya unos quince años se contactó conmigo Anna Holmes,  una escritora de Nueva York que, me dijo,  trabajaba en un libro epistolar: Dear John, para la editorial Carroll & Graff. Holmes me puso en antecedentes acerca de esa obra: sería una antología de cartas de mujeres célebres en las que, a modo de desahogo o de lamento, echaban luz desde su punto de vista a un romance ya finalizado. Según me decía, la obra contendría epístolas de Sylvia Plath, de la reina Isabel I, de Anne Sexton, Edith Wharton, Virginia Woolf, Isadora Duncan y de Charlotte Brontë, entre otras muchas más. Y me preguntaba, en definitiva, si yo sabía de alguna carta de Marie Bashkirtseff en ese estilo. Le confirmé que había una o un par de epístolas de Marie que podrían encuadrarse en su búsqueda y que estaban dirigidas a... Paul de Cassagnac.
    Al final, parece que Holmes no las publicó. El libro terminó llamándose Hell Hath No Fury: Women's Letters from the End of the Affair, Infierno sin furia. Cartas de mujeres al final de un affaire.

   
    Pero para hablar de Cassagnac y de Marie Bashkirtseff bien vienen al caso estas dos misivas de Marie que, fechadas el 22 y el 24 de junio de 1878, más que una catarsis o una lamentación vinieron a ser el delirio desesperado de una mujer que sabe que se está jugando en esas dos últimas cartas al hombre de su vida, a la felicidad que tuvo al alcance de la mano y que se le está definitivamente escapando. Cuesta, efectivamente, creer que alguien en su sano criterio haya echado mano a un artilugio tan extremo. La atracción que había ejercido sobre ella aquel hombre la habían alejado del sentido común. Marie Bashkirtseff, aquella muchacha que reunía en sus veinte años riqueza y hermosura, tantas como para verse en todo momento asediada por infinidad de pretendientes, estaba increíble y perdidamente enamorada y luchaba con uñas y dientes contra un destino que le robaba también al hombre de su vida.

    Les leo apenas un párrafo de esas dos extensas epístolas:

«Deje allí esas indignidades, todavía está a tiempo. Y sepa que una mujer más joven, más rica, más conveniente no pide más que sacrificarlo todo por usted y arrojarse a sus pies, sumisa y devota como un perro, sea cual fuere su situación, sea cual fuere su futuro. Su familia sería más feliz con una alianza más digna, más ventajosa. Usted mismo será desdichado con una mujer mediocre, ni siquiera joven y a la cual se entrega quién sabe por qué ultrajante milagro.» (Sábado 22 de junio de 1878)

    Por supuesto Marie las redactó en forma anónima pero a su destinatario no le costó mucho comprender de quién se trataba. Y Paul de Cassagnac la ignoró.




 
   Paul de Cassagnac (Paul Adolphe Marie Prosper Granier de Cassagnac), el hombre que tanto había deslumbrado a Marie, era conocido en su época como el mosquetero de la emperatriz. Y esto porque había jurado batirse con aquel que osara ofender el honor de aquella que, después de la debacle de 1870, se había exiliado en Inglaterra. Bien que cumplió. A lo largo de su carrera política sostuvo una infinidad de duelos —entre 1880 y 1889 se le han contabilizado ventidós—, la mayoría de ellos a espada, alguno a pistola, en los que siempre resultó airoso. Digamos entre paréntesis que en 1912, su hijo, igualmente conocido como Paul de Cassagnac (Paul Julien Granier de Cassagnac), continuando con la tradición familiar, también se batió en un duelo a espada que fue filmado y puede observarse en YouTube.

    Paul de Cassagnac, brillante orador, agudo polemista y enemigo acérrimo de la República, había participado en la batalla de Sedan y resultó prisionero de los prusianos. Una vez liberado regresó al frente de Le Pays. Desde sus páginas abogaba por la restauración del Imperio. En 1876 había sido elegido diputado y en poco tiempo habrá de convertirse en jefe de la creciente facción bonapartista en la Cámara de Diputados.

    Parece ser que el descarriado tío Georges, la oveja negra de la familia de Marie Bashkirtseff, lo conocía. 

«Georges conoce a Paul de Cassagnac y me ofreció presentármelo. ¡Tonta de mí, le dije que no! Esta noche le escribí a este amable borracho para que me lleve con este célebre bonapartista «en nombre del cielo». Paul de Cassagnac será, uno de estos días, jefe del partido del Emperador. Quiero conocerlo, vivir en París y reunir con nosotras a los bonapartistas. Soy legitimista, estoy con Enrique V, pero Enrique V no tiene herederos por lo que el trono pasaría a los Orleans, quienes han sido y son todo lo que hay de innoble en Francia… después de Gambetta. No hay otra cosa más que el Imperio para la gente honesta y para… la gente razonable.» (Viernes 21 de julio de 1876) 

    Tal como Marie lo describe, en aquellas épocas de la Tercera república varios eran los intereses monárquicos que se cruzaban sobre la arena política francesa. Los legitimistas eran partidarios de Enrique V, de la casa de Borbón, nieto del rey Carlos X, depuesto en 1830 por la Cámara de Representantes. Los orleanistas sostenían a Felipe de Orleans, nieto de Luis Felipe I, destronado por la revolución de 1848. Los bonapartistas, en tanto, aspiraban a restaurar en el trono al hijo de Napoleón III —éste había muerto en el exilio tres años antes—, Luis Napoleón Bonaparte. La República, sin embargo, se sostendrá. Continuará hasta la Segunda Guerra Mundial y, luego del dominio y la caída de Alemania, habrá de conformarse una Cuarta República que se consolidará hasta el presente.

   
    Como sea, Marie Bashkirtseff se encontró con el flamante diputado ese mismo año en casa de la condesa de Mouzay. Ésta, que veneraba a Marie, le había adelantado una deslumbrante descripción al hombre de pluma y de espada.

«Me contempló con la más grande atención. —Señorita —dijo al fin, lentamente—, voy directo al punto a menudo incluso con brutalidad pero tómelo como usted quiera. Usted ha expresado el deseo de conocerme, muchas personas han hecho lo mismo pero yo no he aceptado. Y si me hubiesen dicho simplemente que usted era una joven… bonita, graciosa, espiritual… tampoco lo habría hecho, ¡eso no es de gran interés para mí, no! Pero lo que me han dicho de usted me ha inspirado el más vivo deseo de conocerla. Una gran curiosidad. Me han dicho que usted ne se parece a ninguna otra. Una individualidad absolutamente distinta.» (Lunes 24 de julio de 1876)

    Luego, Marie viaja a Rusia y a Italia, sostendrá algunos fogosos encuentros con Pietro Antonelli y conocerá a Alexandre de Larderel, de quienes ya tendremos oportunidad de hablar.

    Pero, con una ignorancia supina acerca del trato con los hombres, con Paul de Cassagnac habrá de actuar como una chiquilla traviesa y aquél, sorprendido por el espectáculo, preferirá mantener las distancias. Sólo una vez parecería haberse interesado en la dote de Marie aunque ésta sólo cae en cuenta mucho tiempo después. Eran tiempos en que la riqueza jugaba un rol importante si una chica casadera aspiraba a un título nobiliario o a ser la mujer de una celebridad, sobre todo cuando el hombre no tenía nada más que eso, título nobiliario o celebridad.

«Siempre lo tomé absolutamente en serio pero creía que costaba más caro. [...] No, no, nunca pensé que estaba en venta, nunca lo pensé porque creía absolutamente otra cosa. Y entonces, cuando me consultó sobre mi dinero de bolsillo y luego sobre mi dote: «¿Tiene usted treinta mil de renta?», preguntó. «No tengo nada», le contesté. ¡Sólo treinta mil de renta! ¡Mi corazón se estruja cuando pienso que él pedía tan poco y que yo fui tan estúpida!» (Martes 25 de junio de 1878)

    Cassagnac era ya un hombre célebre y no hay indicios que hagan suponer en él necesidades económicas. Proveniente de una antigua familia de propietarios forestales, había hecho por sí mismo además una exitosa carrera en el campo del periodismo: redactor en jefe y luego director de Le Pays. Comenzó a visitar con asuiduidad la casa de Marie.

«Cassagnac abrió la caja blanca y tuve que librar una verdadera batalla para impedirle que leyese mis cuadernos, con mis puños arrugados y mis manos cubiertas de besos.» (Viernes 18 de enero de 1878)

    El hombre de los duelos ocupará de allí en adelante cada vez más sus pensamientos. Por él Marie será bonapartista. Y cuando se convirta definitivamente en republicana, más de uno habrá de pensar que la causa ha sido un despecho de amor.
    Cassagnac continuará con su rutilante carrera política y Marie habrá de abandonar el atelier cada vez que una sesión importante se desarrolle en la Cámara de Diputados.
    Por aquel entonces cuando las diferencias eran profundas el pundonor indicaba que no había que gastar papel ni fondos públicos en pleitos de calumnias e injurias.

«Cassagnac se batió a duelo con su desgraciado competidor, monsieur de Montebello y lo hirió. No sentí la menor preocupación, esos duelos terminan siempre en rasguños.» (Martes 15 de noviembre de 1881)

    Aunque a veces algún adversario prefería la pistola y la suerte del periodista ya no dependía exclusivamente de su destreza como espadachín:

«Dentro de dos o tres días se batirá y será cosa seria, según parece. —Me arriesgo a ser muerto como el primer imbécil. Será un asunto de azar. Pero es preciso que siga siendo respetado en París—. Si realmente resultase muerto sería una lástima, ¡tan bello y tan interesante! Volverá el sábado, si es que sigue vivo.» (Domingo 10 de marzo de 1878)

   
    Increíblemente, la juiciosa Marie Bashkirtseff, habrá de perder en más de una ocasión la madurez, el buen juicio que la han caracterizado —la chaveta, por decirlo más propiamente—, frente a la deslumbrante gallardía del lider bonapartista. Entonces habrá de acosarlo, enmascarada, en los bailes de la Ópera, concurrirá de incógnito con cuatro amigas a su departamento y deplorará que una de ellas se quite la máscara para que todo quede al descubierto. 

    Luego, de improviso, vendrá la debacle. 

«...de regreso a casa me encontré con Blanc con la noticia de que Cassagnac se casará con la hija de la baronesa Acard. Ninguno de nosotros tuvo empacho en coincidir en que Cassagnac casado será una cosa monstruosa, horrible, innoble, grotesca. La chica no tiene más de veinte o treinta mil libras de renta. Y yo, ¡yo tendré cuarenta o cincuenta el día de mi matrimonio!» (Lunes 22 de abril de 1878)

   
¿Quién era esta muchacha Julia Acard (foto) que le había robado el corazón de Cassagnac a Marie? Hija de una tal Justine Schwoehrer, sin título nobiliario a la vista, Julia solamente se beneficiará del apellido Acard cuando su madre contraiga matrimonio con un señor Stéphane Acard, diecinueve años después de su nacimiento.

«Dicen que la chica Acard es hija del cardenal Antonelli. Hija o no, el parentesco existe y Blanc lo ha calificado de mancha…» (Martes 25 de junio de 1878)

    De acuerdo con la investigadora Lucile Le Roy («Marie Bashkirtseff, Journal, 1877-1879», L’Age d’Homme, Lausanne, 1999), que tuvo a la vista las respectivas actas de nacimiento, cuando Justine Schwoerher dio a luz a su hija Julia, todavía era soltera y vivía en Estrasburgo con sus padres (su padre era peluquero) por lo que resulta dudosa la paternidad del cardenal Antonelli. Sí cabe suponer que la madre de Julia haya sido amante del cardenal tiempo después: su segundo hijo, Justin-Stéphane, nació en 1863 en Génova y en el momento de casarse con Stéphane Acard, Justine ya era rica. Ya tendremos oportunidad de hablar del todopoderoso hombre del Vaticano, el cardenal Antonelli, cuando nos refiramos a su sobrino Pietro Antonelli, el flirt romano de Marie.

    ¿Qué habría encontrado Cassagnac en aquella Julia Acard de quien Marie describe —con justicia o no— características rayanas con la androginia? ¿Será que el recuerdo de Virginia de Castiglione no lo abandonaba y quería encontrar olvido en la aventura del matrimonio? Quién sabe. Sólo nos es posible especular, tal como lo haría Marie, dos años después.

«Dicen que Cassagnac ha tenido relaciones con su mujer antes del matrimonio y que se creyó en la obligación a casarse. Fue Soutzo quien lo contó, sus familias están vinculadas desde hace mucho tiempo. Luego de la muerte del padre Cassagnac (hace seis semanas) la familia es muy desgraciada, sobre todo sus cuñadas. Las señoritas Soutzo [Eugenia y Elisabeta] tuvieron que dejar a su hermana, madame de Werbrank, para ir a vivir con mademoiselle de Beauvallon (tía de Paul), que no tiene recursos.» (sábado 28 de febrero de 1880)



    Cuatro años separaron a Virginia de Castiglione de Marie Bashkirtseff en la vida de Paul de Cassagnac. El hombre fuerte del bonapartismo había tenido muchas mujeres, Marie siempre lo supo.

«Breslau habla a menudo sobre Cassagnac con el hijo de su casera, que es una especie de periodista y que ayer mismo le dijo que Popaul negaba ser el novio de una chica polaca que no tiene un centavo. Esta noticia, que Schaeppi me comunicó mientras regresábamos del Louvre, me cayó en el alma como un témpano porque sólo sabía lo de la sueca.» (Miércoles 17 de abril de 1878)

    Popaul era uno de los sobrenombres con los que Marie llamaba a Cassagnac, que, además, contaba en su haber con muchas amantes.

«Cassagnac es el amante de la reina Isabel… Para él es un medio de salir adelante. Sin ello el «Pays» debería cerrar. Sus recursos son bien flacos. ¡Qué sucia moral la de ese señor!... El exterior es adorable, la puesta en escena magnífica pero el interior es un vomitivo.» (Miércoles 17 de setiembre de 1879)

 
    Digamos aquí que Isabel II (1830-1904), derrocada en 1868, había abdicado al trono de España en 1870 y vivía exiliada en España. La llamaban la reina ninfómana, había engendrado once hijos de incierta paternidad. Estaba casada con Francisco de Asís de Borbón (1822-1902), a quien apodaban Paquita por su dudosa masculinidad. La pareja, en la foto.



Paul de Cassagnac, caricatura de época



    En su fuero íntimo Paul de Cassagnac púdose jactar y con toda justicia de haber tenido a sus pies a la mujer más hermosa de su tiempo. Y también a quien, luego de su muerte, habría de ser una luminaria desde las páginas de su Diario, de este Diario que es el objeto de nuestros posts. Increíblemente el nombre y la figura de Cassagnac no aparecen en la edición original, enmendada, censurada y edulcorada.

    Cassagnac era evidentemente dueño un prodigioso don de seducción. Último amor de Virginia de Castiglione, lo fue quizás también de Marie Bashkirtseff. Varios años de su corta existencia le llevó a Marie cicatrizar su herida. Nunca más volvió a amar. ⬜




© José H. Mito






(*) Alain Decaux, «La Castiglione», Librairie Academique Perrin, Paris, 1976. (Gracias al Sr. Jean-Paul Mesnage que me ha aportado este libro).





Del Índice de personajes citados en el Diario de Marie Bashkirtseff.

 Paul de Cassagnac en el Glosario de la versión en español del Diario de Marie Bashkirtseff, de próxima aparición, actualmente en etapa de revisión general. La edición constará de dos volúmenes con un total de poco más de mil seiscientas páginas, de las cuales alrededor de cien estarán ocupadas por este índice de los miles de personajes citados —la mayoría mencionados sólo por el apellido— a los cuales en gran medida hemos podido identificar para este trabajo de traducción. La edición integral en francés del Cercle des Amis de Marie Bashkirtseff publicada entre 1995 y 2005 abarca dieciséis tomos. Esta versión en español es una selección de textos escogidos que representan un cuarenta por ciento del total, con una rigurosa continuidad narrativa, en la que se pretende rescatar a la verdadera Marie Bashkirtseff para el público hispanoparlante. 

  



Marie Bashkirtseff Dixit: «Sé que que soy una idiota por no ocuparme seriamente de la única cosa que vale la pena, de la única cosa que entrega todas las felicidades, que hace olvidar todas las miserias. El amor.» (Viernes 30 de mayo de 1884)



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